‘M’ de mujeres

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SEFF Día 7

Juan Antonio Hidalgo, crítico de cine y cinéfilo

Este año tenemos un hecho inédito en el festival, un hecho que puede llevar a más de una confusión (cuanto menos), y es que hay dos películas (eso sí, en secciones diferentes) con el mismo título, un título además nada común.

Hablamos de M. Ambas, por cierto, dirigidas por mujeres. Y ambas, además, se proyectaban hoy. Lo que provocaba una jornada circular: empezar y acabar con ‘la misma’ película.

La primera de ellas, dentro de la Sección Oficial, es la M dirigida por Yolande Zauberman. Una cinta con la que la realizadora francesa, dedicada desde hace años al documental (después de haber realizado algunas películas de ficción protagonizadas fundamentalmente por Élodie Bouchez), se ha convertido en la primera mujer en entrar en Bnei Brak (comunidad religiosa ultraortodoxa, exclusivamente masculina, de la periferia de Tel Aviv) siguiendo los pasos de Menachem Lang (M), un joven actor y cantante criado allí pero que lo dejó muchos años atrás.

Menachem busca respuestas a los abusos sexuales que sufrió siendo niño por varios de los rabinos de la congregación. Descubrirá, además, que no fue la única víctima.
7 - m zauberman
Premiada doblemente en Locarno, Zauberman nos muestra un tema que nos toca a todos los que tenemos un poco de corazón.

Del mismo modo que nos aterran y sobrecogen los muchos ejemplos de pederastia y pedofilia en el seno de la iglesia católica, también nos estremecen y nos duelen los numerosos casos de los mismos deleznables delitos en el interior de la religión judía.

El problema de esta M es el mismo que ayer teníamos con Joy. Es un tema doloroso, aterrador, y duele decir algo negativo de esta cinta (habrá quien piense que ello refleja una falta de interés o preocupación en dicho asunto), pero lo cierto es que el guion es simple.

Zauberman y Lang plantean el tema y se dedican a dar vueltas y más vueltas sobre él. Aparecen nuevos casos pero apenas se avanza ni se profundiza más de lo que se ha hecho casi al principio.

Y la presencia de la mujer en la historia (ya sea la propia directora -que no aparece en pantalla ni una sola vez- como las que viven en la comunidad) queda relegada casi a la nada. Lo cual, para una activista del #MeToo no es muy favorable.

Hace tres años, el húngaro László Nemes triunfó arrolladoramente con su anterior cinta El hijo de Saul, película con la que ganó (entre otros muchos) el Oscar, el BAFTA y el Globo de Oro a la mejor película en lengua no inglesa del año.

Esta Atardecer, que ganó el premio FIPRESCI en Venecia, repite las formas y estéticas de aquella, elevándolas de nivel aún más, pero sin conseguir los mismos resultados.
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En esta ocasión, la cámara persigue constantemente a la joven Irisz Leiter, se pega a su nuca y la acompañamos durante las dos horas y media que dura la película.

Irisz llega al Budapest de 1913, poco antes de que se inicie la I Guerra Mundial, en un Imperio Austro-Húngaro que ya está en decadencia, dispuesta a recuperar el negocio perdido de sus padres. Pero descubrirá que el pasado familiar esconde mucho más de lo que ella conocía y de lo que esperaba encontrar.

Entre los puntos fuertes de la cinta está la maravillosa puesta en escena, el trabajo de recreación de la época y de los ambientes, cómo en las esquinas vemos fraguarse los conflictos, las rebeliones que poco después acabarían estallando.

También es destacable el hecho de que la película esté construida a modo de thriller, descubriendo los detalles importantes de Irisz; todo lo que ella busca, a la vez que lo va haciendo ella.

El verdadero problema es que el personaje no tiene el mínimo interés, y que apenas se explica lo que ocurre, de qué va todo esto; y quiénes son los mil y un personajes que van apareciendo y desapareciendo de escena a medida que la protagonista se va moviendo sin descanso.

Ya fuera de concurso, pudimos ver una proyección especial de Tiempo después, la nueva película de José Luis Cuerda, que vuelve a la comedia surrealista de la que nos ha regalado varios ejemplos.

El más claro y evidente, el que todo el mundo recuerda y de la que esta es su secuela, es Amanece que no es poco, evidente película de culto del cine español.
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Ambientada en el año 9177 -mil años arriba, mil años abajo-, la población del país ha quedado reducida a un solo Edificio Representativo, y un pequeño bosque en las afueras donde se hacinan todos los parados y hambrientos.

El orden se descoloca cuando uno de los desempleados quiere vender limonada en el interior del Edificio, lo que le es negado ya que rompería la estabilidad del sistema.

Un reparto con mil nombres conocidos, en el que se intenta (sin lograrlo) repetir el éxito de la original. Hay muchos gags divertidos, algunos provocan incluso la carcajada, pero hay otros tantos que no lo son, que incluso resultan cansinos y repetitivos.

Y hay también una crítica a todo de lo que se ríe Cuerda: de la monarquía, de la cultura, de los jóvenes, de la izquierda política…

Por último, como decíamos al principio, cerramos la jornada con la otra M (la de la cantante finesa Anna Eriksson), incluida dentro de la sección Revoluciones Permanentes.

Es esta una película experimental, una cinta que juega con la imagen, el color, el sonido, una experiencia sensorial con alguna imagen que sobrecogen, otras que te hacen moverte incómodo en la butaca, y otras muchas que te sacuden y te revuelven.

Eriksson ejerce de mujer orquesta, adueñándose de todo el proceso creativo durante los seis años que ha tardado en completar esta obra (que bien podría estar en un museo, porque lo que es una sala de cine, ahí no se va a ver).

Escribe, produce, dirige, protagoniza, compone la banda sonora y se encarga de todo el diseño de audio, edita, se encarga (en parte) del vestuario, de la decoración…
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El (fino) hilo argumental es la relación entre sexo y muerte, plasmado en la figura de Marilyn Monroe, el mito.

Eriksson imbuye su película de una atmósfera muy lynchiana, y se transforma ella misma (y se entrega a fondo) en Monroe, a la que sumerge en escenas y diálogos (pocos) eróticos y donde la muerte está constantemente presente.

Lo que la directora pretende demostrar es que Marilyn sigue entre nosotros, porque no la olvidamos, no la dejamos morir.

Permanece en una especie de limbo en el que su imagen de mito erótico (en el recuerdo permanece esa sensualidad, esa sexualidad; casi del mismo modo que permanece la imagen de ella desnuda y muerta en su cama). De ahí la mezcla mencionada de muerte y sexo. Es casi una especie de necrofilia.

Muy interesante cinta, aunque (quizás) algo alargada para el tipo de película que es y lo que se cuenta en ella. Pero en conjunto hace que sea interesante seguir su trayectoria, dentro de lo posible dada la dificultad de encontrar sus cintas por los medios habituales.

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