SEFF Día 3
Juan Antonio Hidalgo, crítico de cine y cinéfilo
Uno de los platos fuertes del concurso de este año era, sin duda, la rumana (en realidad co-producción entre siete países) Touch me not, que venía con el marchamo de haber ganado (para sorpresa de muchos, es verdad) el Oso de Oro en el último Festival de Berlín. Nada más y nada menos.
Adina Pintilie ha creado una película incómoda a la par que necesaria. A medio camino entre la ficción y el documental, en esa difusa línea que separa en ocasiones ambos géneros, la directora muestra lo que normalmente no se muestra.
Y sumerge a los personajes (y a ella misma) en una aventura personal, en un proceso de investigación y de exploración de la intimidad y del propio cuerpo con personajes que tienen diversos problemas con ella (una mujer que no puede ser tocada, un hombre que no puede tocar), alejándose (además) de los cuerpos que estamos acostumbrados a ver en el cine: un transgénero todavía no reasignado, un enfermo de atrofia muscular espinal (que se enorgullece de su pelo y de su pene, “que funciona a la perfección”), y que disfrutan de su sexualidad como proceso de autoreflexión y como herramienta de desarrollo personal.
Ya desde el principio, Pintilie mete al espectador de lleno en la aventura que nos va a contar al interpelarle mirándole a la cara directamente, rompiendo la cuarta pared.
Mediante las diferentes entrevistas con otros tantos personajes, mediante las terapias grupales con personas con diferentes taras físicas, mediante sus propias confesiones sobre su pasado al hilo de lo descubierto con lo anterior, Pintilie plantea un estudio de la intimidad, de cómo las lacras emocionales, de cómo nos expresamos, nos influyen en la relación con los otros y con nosotros mismos.
Y es que, hasta que no conozcamos (y aceptemos) nuestros propios sentimientos, nuestras propias sensaciones, nuestras propias taras sentimentales, no podremos entender y aceptar la de los demás.
En la española La ciudad oculta, esta sí claramente enmarcada en el documental, se introduce en las entrañas de la capital del Estado, en el vasto, ingente, entramado de túneles, tuberías, galerías, alcantarillas (ello lo emparenta, en cierto modo, con la cinta de León Siminiani de la que hablábamos ayer) que recorren el subsuelo de Madrid.
La cinta no es más que un conjunto de imágenes, eternos planos, sin explicación alguna, sin siquiera plantear una ubicación.
Es difícil encontrarle el sentido a lo que estamos viendo, porque posiblemente no lo tenga. Más allá del matiz estético de jugar con la luz en unos lugares en los que la oscuridad es casi total.
Una película que quizás hubiera cabido mejor en secciones como Las Nuevas Olas o Revoluciones Permanentes, en vez de en la Sección Oficial en la que se ha incluido.
Tambien en la Sección Oficial, aunque fuera del concurso, nos encontramos con la segunda y última cinta dirigida por la actriz Valeria Golino, después de la valiente y premiada Miel, que el viernes recibió el Premio Ciudad de Sevilla en la gala inaugural de este SEFF.
Euforia, que es el título de la cinta, es un drama familiar (con algún toque de comedia) protagonizada por dos hermanos. Por un lado, Matteo, un joven emprendedor con éxito en los negocios y en las relaciones, pero con muy pocos escrúpulos en el trato a las personas; por el otro, Ettore, que después de muchos años sigue siendo profesor en la escuela del pueblecillo en el que ambos nacieron, es un hombre cauto, que huye del riesgo.
Dos hombres muy distintos a los que una grave enfermedad llevará a los hermanos a unirse, viéndose obligados a conocerse más profundamente.
A pesar de que está bien narrada y de que la trama se desarrolla del modo correcto, lo que cuenta en realidad no es más que un melodrama muy básico. Una película como las que se han visto (y se ven) mil cada sobremesa de los fines de semana en numerosos canales de televisión, y que únicamente tiene un punto de salvación, que se ubica en los momentos (algunos) de humor.
Por último, dentro de la sección Las Nuevas Olas, la primera película de Mats Grorud mezcla animación en 2D con stop-motion para contar el drama que viven miles de palestinos en los campos de refugiados en los que viven desde hace setenta años.
En The tower se toma como punto de partida del drama que nos narra el día fatídico, el 15 de mayo de 1948, ‘Al-Nakb’ (la catástrofe), el día que se fundó el estado de Israel y que dos tercios de los palestinos fueron expulsados de sus viviendas y enviados a los campos.
Wardi es una niña de once años. Sólo conoce la vida en la torre, una vivienda en la que cada generación ha ido añadiendo una nueva planta, creciendo sin cesar hacia arriba. Wardi recorre todas las casas de sus familiares que, en el aniversario de al-Nakb, le cuentan historias del pasado, de sus orígenes, de la precariedad que sufrieron con el cambio, las esperanzas (que se desvanecen) de volver al viejo hogar.
La historia es emotiva, narrada con solvencia, mezclando a la perfección las diversas técnicas de animación que se incluyen en la cinta.
Sus momentos emotivos y los divertidos se equilibran, si bien en su desenlace yerra al incluir dos finales. Ese segundo y último cierre de la historia es innecesario, y la película concluye con más fuerza con el metafórico final en el que las aves que un familiar ha estado criando en la terraza del edificio, juegan un papel fundamental.