SEFF 2016
Crónica 4. Juan Antonio Hidalgo
La mañana amanecía fría, aunque con la esperanza puesta en el canadiense Xavier Dolan, uno de los a priori platos fuertes de la Sección Oficial de este certamen.
Premiada en Cannes con el Gran Premio del Jurado, Solo el fin del mundo cuenta una historia que se ha tratado muchas veces: la de la reunión familiar después de muchos años en la que surgen rencillas y rencores cuyos orígenes nos son desconocidos. En este caso, la reunión se origina por la vuelta al hogar de Louis, un joven escritor, después de doce años sin verse, para comunicarles que pronto morirá.
Dolan, a pesar de todo, provoca el milagro de que el espectador se inmiscuya y sufra la claustrofóbica reunión, y que se olvide del mundo exterior. Este es el trabajo más extremo del director. Deliberadamente opresiva, pocas cintas como esta muestran una pesadilla de este calibre, con la cámara cerrando planos en los rostros de los protagonistas, mostrando la opresión extrema a la que están sometidos.
Es interesante ver cómo Louis busca el momento adecuado para revelar la noticia, lo que supone su propia victimización, que provocaría un giro en el modo en el que es visto por la familia, una vuelta de tuerca en su actual status, que él mismo desconoce tras su larga ausencia. Se produce pues la paradoja de que quedarse sería morir, y volver a irse, vivir.
La película, que cuenta con reparto de lujo (Nathalie Baye, Vincent Cassel, Marion Cotillard o una magnífica Léa Seydoux) es profundamente pesimista, pero consigue pinzar el estómago y dejarnos sin respiración.
Otro que regresa al concurso, como algunos de los mencionados en los días atrás, es Alain Guiraudie, que hace tres años ganó el Giraldillo de Oro por El desconocido del lago. Cosa que, en esta ocasión, con Staying vertical, se antoja improbable.
Un guionista atascado en la escritura de su último proyecto, pasea por los campos en busca de los lobos. Allí conoce a una pastora con la que acaba teniendo una relación de la que nace un hijo.
La pastora, víctima de una depresión, acaba marchándose tras el nacimiento del pequeño. Mientras él, a pesar de su total inexperiencia, decide quedarse en la granja cuidando del pequeño.
Una de las características del director se repite invariablemente aquí, su total ausencia de pudor en mostrar determinados planos, su gusto por lo genital, por ejemplo.
Aquí, al contrario que con su anterior visita a Sevilla, tiene un serio problema: no sabe a dónde va. En ningún momento sabemos qué está contando, qué pretende. Por momentos pretenciosa, en otros pretendidamente escandaloso, en muchos ridículo, su humor (seguramente involuntario) le da un toquecito que la salva del desastre más absoluto.
La tercera película a concurso del día fue la húngara It’s not the time of my life. Es esta una historia muy en la línea de otras tantas cintas húngaras y rumanas, historias que transcurren en una casa, con una familia en la que parece que no ocurre nada, mientras se percibe que por debajo va creciendo el conflicto, hasta que, llegado el momento preciso, estalla y se produce la hecatombe
Aquí, Eszter vive con su marido y su hijo pequeño en su gran piso, cuando un día llega su hermana Ernella junto a su marido y su hija, buscando refugio tras huir de Escocia donde intentaron afincarse sin éxito. Inevitablemente, surgirán las envidias y las neuras de todos ellos.
El problema es que en esta ocasión los conflictos (que hay varios) estallan pronto y se resuelven con facilidad y más prontitud aún. Lo que deja con hambre de más.
La seguda sección en importancia del festival es Las Nuevas Olas, donde ayer pudimos ver cintas como The Sun, the Sun blinded me, libre adaptación de la novela El extranjero de Marcel Camus, orquestada por los hermanos polacos Anka y Wilhelm Sasnal.
La historia traslada la acción de la guerra de Argelia al actual flujo de inmigrantes hacia las costas europeas. Tan libre es la recreación que el inmigrante aparece arrastrado por las olas en una playa del norte de Polonia (que ya es imaginar, porque menudo viaje para acabar allí…)
El protagonista es Rafal, que un día se encuentra en su rutinaria carrera matutina, a un inmigrante recién llegado tumbado en la arena, y entonces se plantea un dilema: acogerle o dejarse llevar por sus temores.
La película bordea peligrosamente esa delgada línea que separa la película arriesgada de la tomadura de pelo. No llegamos a empatizar ni a comprender en ningún momento al personaje, que llega a resultar odioso desde un primer momento. El ritmo de la historia es desigual, y los escasos 74 minutos llegan a duplicarse.
Todo lo contrario ocurre con la magnífica Yo, Olga Hepnarová, película checa sobre la chica del título, la última mujer ejecutada por ahorcamiento en la República Checa, acusada (confesa) de múltiples asesinatos. Rodada en un sobrio blanco y negro, sin banda sonora (más allá de cierta música incidental en algún bar)
Construida en base a las cartas de Hepnarová, la cinta indaga en su vida, entre trabajos ocasionales, instituciones deshumanizadas, relaciones esporádicas con chicas, hasta llegar a los orígenes y causas, a las motivaciones que le llevaron hasta sus actos juzgados.
La cámara persigue a Olga (imperial Michaela Olszanska (en la imagen de portada), una de las sirenas de The Lure, de la que hablamos hace unos días -por cierto, la otra sirena también aparece aquí, como la última compañera de piso de Hepnarova) y podemos apreciar su evolución, cómo sus sentimientos de odio hacia un mundo que la maltrata van creciendo, en sus movimientos, en sus miradas, cómo se va degradando.
La película tiene momentos de verdadera magia visual, estéticamente impactante, la película es sobrecogedora, brutalmente magnífica.